La Palabra de Dios es el manantial que sacia la sed del alma angustiada, el pan que satisface el hambre más profunda y la luz que transforma y da esperanza a quienes no encuentran razón para seguir adelante. Solo a través de la Escritura podemos conocer verdaderamente a Dios y acercarnos a Él, pues su Palabra revela su carácter, su santidad y su amor. Comprender la realidad del pecado es fundamental, ya que el pecado no es solo un error o una debilidad, sino una condición que nos separa de Dios, nos aleja de su presencia y nos condena a la muerte espiritual, física y, si no hay arrepentimiento, a la condenación eterna.
El pecado, según las Escrituras, es transgresión de la ley de Dios, una infracción consciente que nace de una naturaleza caída heredada desde Adán. No es simplemente una serie de malas acciones, sino un estado de rebelión y separación que afecta todas las áreas de nuestra vida: nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos. El pecado produce culpa, vergüenza, pérdida de bendiciones, daño en las relaciones y hasta consecuencias físicas y mentales. Además, crea un ciclo adictivo que nos aleja cada vez más de Dios y nos roba la paz interior.
Sin embargo, ante la mala noticia de que todos estamos destinados al infierno por causa del pecado, Dios ha provisto una buena noticia: Jesucristo. Por amor, el Padre envió a su Hijo para que, mediante su sacrificio en la cruz, seamos librados de la condenación. La muerte de Cristo es una sustitución vicaria: Él tomó nuestro lugar, sufrió la ira de Dios que nos correspondía y nos redimió, justificó, reconcilió y adoptó como hijos. Ahora, por medio de la fe en Jesús, somos declarados justos, libres de la esclavitud del pecado y hechos parte de la familia de Dios, con todos los privilegios y la herencia de los santos.
La santidad que Dios imparte a sus hijos es tanto posicional como progresiva: somos santos por la obra de Cristo, pero también llamados a crecer en santidad cada día, hasta alcanzar la glorificación en su presencia. La puerta de la gracia sigue abierta; solo en Cristo hay salvación, no por obras ni méritos, sino por su sangre preciosa. Por eso, es vital estudiar, amar y vivir la Palabra de Dios, pues en ella encontramos la vida, la esperanza y el camino de regreso al Padre.
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