La vida cristiana requiere una oración constante, tanto pública como privada, porque vivimos en tiempos difíciles, semejantes a los días de Noé, donde la fe escasea y la tentación abunda. Jesús nos manda a orar siempre, no como una sugerencia, sino como una obligación, sabiendo que nuestro Padre celestial está dispuesto a escucharnos y responder según su voluntad. La oración es el combustible que mantiene viva la fe y nos libra de la apostasía, dándonos fortaleza para perseverar hasta el regreso de Cristo. [10:47]
Lucas 18:1-8 (RVR1960)
"También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"
Reflexión: ¿Qué obstáculos o distracciones te impiden tener una vida de oración constante, y cómo puedes hoy apartar un tiempo específico para buscar a Dios en oración, sin excusas?
No basta con orar persistentemente; es imprescindible acercarse a Dios con humildad, reconociendo nuestra condición de pecadores y apelando a su gracia. El fariseo confiaba en su propia justicia y fue rechazado, mientras que el publicano, consciente de su pecado, clamó por misericordia y fue justificado. Dios escucha la oración que brota de un corazón humillado y rechaza la altivez; por eso debemos vivir conscientes de nuestra necesidad de perdón y depender totalmente de la gracia de Dios cada día. [21:03]
Lucas 18:9-14 (RVR1960)
"A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido."
Reflexión: ¿En qué áreas de tu vida tiendes a confiar en tus propios méritos o justicia, y cómo puedes hoy presentarte ante Dios reconociendo tu necesidad de su gracia?
Jesús nos llama a identificar y renunciar a los ídolos que ocupan el lugar de Dios en nuestro corazón, sean riquezas, relaciones, logros o cualquier cosa que valoremos más que a Cristo. El joven rico no estuvo dispuesto a dejar sus posesiones y se alejó triste, mostrando que su corazón pertenecía a sus bienes y no a Dios. Cada discípulo debe examinarse continuamente, identificar aquello que le produce tristeza o enojo si Dios se lo pidiera, y estar dispuesto a entregarlo para seguir verdaderamente a Cristo. [29:30]
Lucas 18:18-23 (RVR1960)
"Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo Dios. Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre. Él dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico."
Reflexión: ¿Qué cosa, persona o actividad sería difícil para ti entregar si Jesús te lo pidiera hoy, y cómo puedes comenzar a rendir ese ídolo ante Dios?
Seguir a Jesús implica tomar la cruz cada día y dar muerte a los ídolos que hemos identificado en nuestro corazón, crucificándolos junto con nuestro egoísmo y deseos. Jesús no solo llama a renunciar, sino a seguirle hasta el Gólgota, a una vida de entrega y sacrificio, donde nuestra voluntad y afectos son sometidos a su señorío. Solo así podemos ser verdaderos discípulos, dispuestos a morir a nosotros mismos para vivir para Cristo y su propósito. [39:39]
Lucas 18:31-33 (RVR1960)
"Tomando Jesús a los doce, les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará."
Reflexión: ¿Cuál es un paso concreto que puedes dar hoy para crucificar un ídolo en tu vida y seguir a Cristo con mayor entrega y obediencia?
Dios ha confiado a cada creyente el evangelio, representado como una mina, y espera que nos ocupemos activamente en hacer crecer los límites de su reino, discipulando a otros y expandiendo el mensaje de salvación. No basta con orar, humillarse y renunciar a los ídolos; también debemos ser fieles en la misión de hacer discípulos, colaborando con Cristo en la edificación de su iglesia hasta su regreso. Esta es la versión de la gran comisión en Lucas: trabajar para que el evangelio se multiplique en otros. [44:57]
Lucas 19:11-13 (RVR1960)
"Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo."
Reflexión: ¿A quién puedes compartir el evangelio o discipular esta semana, y qué pasos concretos puedes tomar hoy para invertir tu “mina” en el crecimiento del reino de Dios?
En la historia del pueblo de Dios, vemos cómo la incredulidad y la idolatría pueden apartarnos de la promesa y la presencia de Dios. Al igual que los israelitas que rechazaron la voz de Josué y Caleb, o los habitantes de Nínive advertidos por Jonás, o la generación de Noé que ignoró la paciencia de Dios, cada uno de nosotros vive en un tiempo donde la gracia y la misericordia de Dios están disponibles, pero no indefinidamente. Jesús nos advierte que su regreso será repentino, como en los días de Noé y Lot, y nos llama a vivir de una manera que refleje la seriedad de este tiempo.
La vida cristiana en espera del regreso de Cristo no es pasiva ni distraída. Jesús enseña que debemos estar ocupados en cinco cosas fundamentales. Primero, una vida de oración constante, tanto pública como privada, porque la oración es el combustible de la fe y la protección contra la apostasía. Segundo, una actitud de humildad y dependencia de la gracia de Dios, reconociendo nuestra condición de pecadores y acudiendo a Él con un corazón contrito. Tercero, la renuncia a los ídolos, identificando y crucificando todo aquello que compite con Cristo en nuestro corazón, sean posesiones, relaciones o incluso nuestro propio yo.
Cuarto, seguir a Cristo implica tomar nuestra cruz cada día, crucificando nuestros ídolos y deseos, y caminando tras Él hacia la obediencia y el sacrificio. No se trata solo de dejar cosas, sino de una entrega total que nos lleva a la semejanza de Cristo. Quinto, debemos ocuparnos en la misión que nos ha sido confiada: hacer discípulos y expandir el reino de Dios, usando el evangelio que se nos ha dado como una “mina” para invertir en otros.
Estas cinco áreas no son opcionales ni independientes; forman un solo paquete inseparable de la vida cristiana. No basta con especializarnos en una y descuidar las demás. La vida cristiana auténtica es integral: oración, humildad, renuncia, seguimiento y misión. Y para quienes aún no han venido a Cristo, la invitación sigue abierta: reconocer la propia condición de perdidos y acudir a Jesús, quien vino a buscar y salvar lo que se había perdido.
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