La paciencia de Jesús puede parecer irracional o incluso dolorosa cuando nuestras necesidades son urgentes y sentimos que Él no responde a nuestro ritmo. Sin embargo, Jesús trata a cada persona según lo que su corazón realmente necesita, y su aparente demora es una expresión de amor que forma nuestra paciencia y fe. Así como Jairo llegó buscando la sanidad de su hija y recibió mucho más de lo que esperaba, nosotros también podemos confiar en que Jesús nos da más de lo que pedimos, aunque no sea en el tiempo o la forma que imaginamos. Su paciencia nunca es indiferencia, sino una manera de moldear nuestro carácter y enseñarnos a confiar en su soberanía y bondad. [18:02]
Lucas 8:40-42
Cuando Jesús volvió, la multitud lo recibió con gozo, porque todos lo habían estado esperando. Entonces llegó un hombre llamado Jairo, que era un oficial de la sinagoga, cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que entrara a su casa porque tenía una hija única como de doce años, que estaba al borde de la muerte. Pero mientras él iba, la muchedumbre lo apretaba.
Reflexión: ¿En qué área de tu vida sientes que Jesús está tardando en responder? ¿Puedes hoy entregarle esa espera y pedirle que forme en ti paciencia y confianza en su amor?
La mujer con flujo de sangre no solo fue sanada físicamente, sino que Jesús la llamó “hija”, dándole una nueva identidad y restaurando su dignidad. Después de años de marginación y sufrimiento, ella recibió mucho más que una cura: recibió pertenencia, amor y paz como hija de Dios. Nuestra identidad en Cristo no depende de nuestras obras ni de lo que otros digan de nosotros, sino de la gracia de Jesús. En medio del dolor y la soledad, podemos recordar que somos hijos amados, perdonados y salvados, y que nada ni nadie puede quitarnos esa identidad. [26:56]
Lucas 8:43-48
Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, sin que nadie pudiera curarla, se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante cesó el flujo de sangre. Entonces Jesús dijo: “¿Quién es el que me ha tocado?” Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: “Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién me ha tocado?” Pero Jesús dijo: “Alguien me ha tocado; porque yo he sentido que ha salido poder de mí.” Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz.”
Reflexión: ¿Qué mentiras sobre tu identidad has creído en medio del dolor? ¿Cómo puedes hoy recordarte y afirmar que eres hijo o hija amada de Dios?
Cuando todo parecía perdido y la muerte había vencido, Jesús tomó la mano de la niña y la levantó con ternura y autoridad. Así como la niña no podía hacer nada por sí misma, nosotros tampoco podemos salvarnos, pero Jesús nos toma de la mano y nos da vida. Ni la muerte ni ninguna otra cosa puede separarnos de su amor, porque Él enfrentó la muerte en nuestro lugar y nunca nos soltará. Podemos confiar en que, aun en las circunstancias más oscuras, Jesús está con nosotros y su poder es mayor que cualquier temor o pérdida. [35:25]
Lucas 8:49-56
Mientras él aún hablaba, vino uno de casa del principal de la sinagoga, diciendo: “Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.” Oyéndolo Jesús, le respondió: “No temas; cree solamente, y será salva.” Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y la madre de la niña. Y lloraban todos, y hacían lamentación por ella; pero él dijo: “No lloréis; no está muerta, sino que duerme.” Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta. Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo: “Muchacha, levántate.” Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer. Y sus padres estaban atónitos; pero él les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.
Reflexión: ¿Hay alguna situación en tu vida donde sientes que todo está perdido? ¿Puedes hoy imaginar a Jesús tomándote de la mano y confiar en que Él tiene la última palabra?
El amor de Cristo es tan fuerte que ni la muerte, ni la vida, ni ninguna circunstancia puede separarnos de Él. Jesús soltó la mano de su Padre en la cruz para que nosotros nunca fuéramos soltados de su mano. En medio de la tribulación, el dolor o la pérdida, podemos estar seguros de que somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Esta verdad nos sostiene y nos da esperanza, aun cuando enfrentamos la muerte o el sufrimiento más profundo. [36:56]
Romanos 8:35-39
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: “Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.” Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Reflexión: ¿Qué temor o dolor amenaza con separarte del amor de Dios? ¿Cómo puedes hoy recordarte que Jesús nunca te soltará, aun en medio de la prueba?
El sufrimiento y la espera pueden ser maestros incómodos, pero útiles, que nos despiertan a verdades profundas sobre nuestra vida y nuestra fe. Jesús no desperdicia nuestro dolor, sino que lo usa para acercarnos más a Él, darnos una fe más profunda y mostrarnos su victoria sobre la muerte. Al recordar que Cristo venció la muerte y que nada nos separa de su amor, podemos adorarle y encontrar esperanza aun en medio de la pérdida. Nuestra respuesta puede ser alabanza y confianza, sabiendo que Él está con nosotros y que su victoria es también nuestra. [38:18]
1 Corintios 15:54-57
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Reflexión: ¿Cómo puedes transformar hoy tu sufrimiento en adoración y esperanza, recordando que Cristo ya venció la muerte por ti?
Hoy meditamos en Lucas 8:40-56, donde dos historias se entrelazan: la de Jairo, un hombre influyente cuya hija está muriendo, y la de una mujer marginada que sufre desde hace 12 años. Ambos llegan a Jesús en su desesperación, pero Jesús responde de maneras que desafían nuestra lógica y nuestros tiempos. Jairo, acostumbrado a que su posición y recursos resuelvan problemas, se encuentra impotente ante la enfermedad de su hija. La mujer, por su parte, ha agotado todos sus recursos y vive en aislamiento social y espiritual. Ambos, desde lugares opuestos de la sociedad, se encuentran igualados en su necesidad ante Jesús.
Jesús, en medio de la urgencia de Jairo, se detiene para atender a la mujer. Este acto parece irracional y hasta cruel desde la perspectiva humana, pero revela la paciencia y el amor de Jesús, quien trata a cada persona según la necesidad de su corazón. Jesús no se rige por la lógica de la emergencia, sino por la lógica del Reino, donde el marginado es dignificado y el poderoso aprende a esperar. La espera de Jairo no es un castigo, sino una oportunidad para recibir algo mayor: no solo la sanidad, sino la resurrección de su hija y una fe más profunda en el Hijo de Dios.
La mujer, que solo buscaba sanidad física, recibe mucho más: una nueva identidad. Jesús la llama “hija”, restaurando su dignidad y dándole un lugar en la familia de Dios. Su fe, aunque imperfecta y mezclada con superstición, es suficiente para que Jesús la reciba y la transforme. Así, en medio del dolor y la espera, Jesús nos recuerda que nuestra identidad en Él es la fuente de nuestra paz.
Finalmente, Jesús enfrenta la muerte misma con una ternura y autoridad incomparables. Toma la mano de la niña y la levanta, mostrando que ni siquiera la muerte puede resistirse a su poder. Así como la niña no podía aferrarse a la mano de Jesús, nosotros tampoco podemos salvarnos por nuestras fuerzas; es Jesús quien nos toma y nos sostiene, incluso en la muerte. Él puede hacerlo porque en la cruz soltó la mano de su Padre para que nosotros nunca seamos soltados de la suya. Por eso, en medio de la pérdida, el dolor y la incertidumbre, podemos declarar: no temas, Jesús gobierna sobre la muerte.
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