En mi sermón, exploré la profundidad del sacrificio de Cristo y su significado eterno, contrastándolo con las prácticas del Antiguo Testamento. Comencé explicando el propósito del tabernáculo terrenal, que era una réplica de lo que Moisés había visto en visiones celestiales. Este santuario estaba dividido en dos partes: el lugar Santo y el lugar Santísimo. Mientras que los sacerdotes entraban regularmente al lugar Santo para realizar sus deberes, solo el sumo sacerdote podía entrar al lugar Santísimo una vez al año, y no sin sangre, para ofrecer por los pecados de ignorancia del pueblo.
Resalté que el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento no era para el perdón de los pecados, sino para acercar a las personas a Dios, haciéndoles conscientes de su necesidad de un Salvador. Los sacrificios eran un recordatorio constante de la misericordia de Dios y de la separación entre lo santo y lo pecaminoso. Además, el acto de traer ofrendas de los primeros frutos al templo era un reconocimiento de que todo proviene de Dios y que dependemos de Él para nuestra provisión.
Luego, contrasté el tabernáculo terrenal con el celestial, explicando que Jesucristo, como nuestro sumo sacerdote, no entró en un templo hecho por manos humanas, sino en el celestial. Su sacrificio fue perfecto y eterno, a diferencia de los sacrificios temporales de animales. La sangre de Cristo, derramada en la cruz, fue el medio por el cual se obtuvo la redención eterna para nosotros. Sin derramamiento de sangre, no hay remisión de pecados, y la sangre de Cristo es la que nos limpia y nos acerca a Dios.
Concluí con una reflexión sobre la necesidad de reconocer a Jesucristo como nuestro Salvador y la importancia de su sacrificio. Invité a la congregación a meditar en la presencia de Dios y agradecer por el sacrificio de Cristo, que nos ha dado acceso a la morada celestial y nos ha reconciliado con el Padre.
Key Takeaways
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